el hombre en la noche
el hombre en la noche
diarios oníricos
10 ene 2023
Temblor de la tierra
26 sept 2022
Arrullo mutuo
7 may 2022
El hombre caído
No soy un hombre caído, aunque lo parezca. Soy un hombre que se acuesta sobre la tierra para escuchar su rumor. Pero al extenderme de bruces sobre el suelo, ¿no me derribo un poco a mí mismo? Si uno no sabe desalojar de sí cuantos detritus ha acumulado con tanta ansiedad innecesaria a lo largo de los años, ¿cómo va a saber escuchar al inmenso mundo que sujeta su débil cuerpo?
Sí, soy un hombre que poco a poco aprende a venirse abajo. No se trata de rebajar el espacio de su estructura mental. Es más bien ocuparlo de otro modo. Perder imágenes superfluas no es perder. Es hacer sitio para que alguna clase de pensamientos no dañinos se expandan sin que se vean impedidos por los más agresivos y vacuos.
¿Qué oyes?, me pregunta el niño que sale de mí. ¿Los animales del sotobosque? ¿El movimiento telúrico? ¿Pasos que se desplazan? ¿Voces que disputan entretenidas? ¿Las corrientes sumergidas? ¿Los traqueteos de lejanos ferrocarriles? ¿El ulular de los cómplices del viento?
Escucho mi tiempo pasado, le respondo. Y me mira con extrañeza y a la vez divertido.
Escucho el goteo de la lluvia de todas las épocas.
Escucho el torrente que arrastró vidas y fecundó la tierra.
Escucho la formación del limo que permitió dejar huellas. Y sobre las cuales se edificó.
Hay voces silenciadas que la mayoría ignoran.
El niño dice que me comprende. Cuando eras niño niño, dice, no entendías casi nada. Pero querías poseerlo casi todo, aun siendo nimio y no percibir su dimensión.
El niño no cesa en sus advertencias. A ti los gritos de los muertos te estremecen. Las súplicas de los que jamás han levantado cabeza te indignan. La sonrisa bufa de quienes creen haber conquistado la tierra y el cielo te revuelven las vísceras.
Ahora bien, dice el niño, si puedo hacer algo por ti, dímelo. Yo nunca me he ido. Estuve alejado pero tú seguiste dándome cobijo. Te estoy agradecido.
Crecí con el rechazo a cuanto ignoraba.
Crecí subestimando los tiempos proscritos.
Crecí borrando huellas que no conseguía del todo eliminar.
Heme aquí, tendido sobre lo seco y sobre lo húmedo. Sobre lo áspero y sobre lo suave. Sobre el clamor y sobre la mudez. Sobre el regocijo y sobre la tristeza. Sobre el conocimiento y sobre la ignorancia.
No he caído. Nada me ha derribado. Bocabajo hablo con las dimensiones menos reconocidas.
Donde un cuerpo se hace otro cuerpo.
Donde un cuerpo envejecido se presume creciente.
Donde ese cuerpo creciente no muere.
Pero, ¿acaso un cuerpo que no quiera reconocerse en su deterioro podría ponerse a salvo de otra manera que no fuera sino acostándose con la tierra?
4 mar 2022
El ave del paraíso
A veces el hombre en la noche silenciosa no sabe callar. Y en la duermevela, sin que sepa si sueña o si piensa, que es otra forma de soñar, le agita la brusquedad.
Ha escuchado una detonación seca y el aire se ha agitado. Cree estar solo y sabe que el silencio no suena, al menos no con sonidos que no le sean propios.
El hombre no es menos hombre por ser niño. Ni cuando lo era ni cuando ya anciano retorna en busca de lo perdido. ¿Será el golpe metálico que he escuchado como el rumor de una caracola que te lleva al origen?, se pregunta.
Luego retorna el silencio. El espacio en que no existen las preguntas y en el que no se arriesga respuestas.
El hombre en la noche callada sigue caminando entre sombras. No es temor a las antiguas imágenes con que se asustaba a los díscolos. Es la incertidumbre que se enmascara en los recovecos invisibles. Lo invisible no es lo que no se ve, sino lo que no se percibe, piensa.
Sus pasos seguros, no por viejo sino por cansado, no temen el suelo. Sabe que si se abre un abismo por una pisada fatídica no tendrá tiempo de comprobarlo y eso ya no le inquieta.
De pronto sus pies desnudos han hecho crujir algo que no es hierba ni ramaje. Se ha agachado y tanteando sus manos acarician la suavidad de un plumaje. Recorre el pequeño cuerpo, sitúa la posición de unas patas inertes, acicala la cabeza redondeada del animal. Da forma al pájaro. ¿Habrá caído el ave del paraíso?, duda pletórico en su avance hacia el fin de la noche.
Es instintivo en el hombre soplar sobre el pájaro caído. Signo de insuflar vida incluso a los muertos. El hombre se siente más vivo si sopla sobre los elementos inmóviles. Lo ha hecho siempre. Soplaba sobre las piedras, sobre las estatuas, sobre las páginas de textos oscuros de los libros, sobre los rostros inexpresivos de otros hombres. Sobre las ideas que no cuajaban en su mente lenta. Tal vez esta vez resulte y mi caminar hacia lo ineludible se demore, se dice. El ave del paraíso también es de este mundo, pero él quiere que sea un puente imaginario hacia el no retorno.
Por un instante las manos del hombre creen sentir calor del animal. Lo acerca hasta su rostro y en medio de la noche el plumaje se tornasola, las patas pierden rigidez, se yergue altiva la cabeza, el pico se entreabre y todo el cuerpo transmite una leve agitación al hombre de la noche.
La noche se queda sola y el hombre vuela.
10 dic 2015
Allegra
El azar engendra a sus hijos.
También los devora.
¿Por qué a unos los nutre con cuidados exquisitos
y a otros los expulsa al olvido
reclamándoles con envidia urgente y alevosa?
¿Por qué les son concedidas a los afortunados
posibilidades sin fin
y a veces la belleza es negada con crueldad
en sus mejores años?
No lo sé.
No sé para qué sirven los anhelos
que emiten con ansiedad los labios de los hombres
desde su altiva y mísera perdurabilidad.
Ni sé por qué dudamos en ocasiones
de los hermosos frutos que el mismo azar
olvidando a veces su condición atroz
ofrece con bondad ilimitada.
Ella no es ausencia.
Nos mira desde el polvo del vacío
que ahora ocupa traviesa.
Su voz habla.
Pide que su recuerdo sea tiempo de dicha
para nosotros.
Su voz se templa.
Quiere que vivamos intensamente dos veces,
una por ella.
Su voz benéfica, su voz risa, su voz eco.
Hermosa calma para resguardarnos del sinsentido
de los días.
6 jun 2014
Luminosidad
Allí, donde habitas un alma única
nadie puede romper tu rostro de cristal
ni traspasar tus lágrimas de océano.
Nadie suplantará tu voz, su viaje interminable
por los canales inconfundibles de la memoria.
En tu ámbito leve y cómplice
de los últimos animales de la tierra se entrega a ti
la materia más vieja,
la sustancia indescifrable a nuestros ojos,
que muta en tu pureza hasta erosionar
los gestos de los frágiles bárbaros.
Tu tegumento es ahora la luz
invisible y astral
porque también en las profundidades
hay planetas
y su irradiación incandescente no se apaga
nunca.
11 may 2014
Aparición
...Y allá estaba, en el fondo, en el sedimento
que reconvierte incesante la materia en materia,
en el fósil que retorna para hacerse memoria,
en la textura de costra antigua y de dolor de hombre,
seca postilla que al dividirse enciende luz,
como las formas de vida más recónditas,
cual indicios de orígenes maltratados que no renuncian
a su emergencia, y desde allá nos reclamaba,
en la morada de su escondite tenebroso
deviniendo recurso de las huellas más sabias...
¿para saber qué? ¿cómo se siente la violencia
natural acoplada a la mano de los canallas? ¿cómo
se desvirtúa el don de las tormentas
al atravesar los cuerpos más puros? ¿cómo se vuelve
a un principio de vacíos sin apenas
haber probado goces o sin dar tiempo a caer
en los errores que cualquier humano
debe acumular para aseverar que se ha vivido?
¿o para escuchar cómo chirrían los sonidos
de lo más distante, o cómo se andan los caminos
de lo más obscuro, o cómo paraliza
hasta el último llanto
el amargo sabor de lo abyecto?
Y allá estaba, tejiendo con hilos invisibles
lo que otros llaman historia en abstracto, inútil empeño
si no se protege la vida,
esperando con el silencio más humillante, el del vencido
que no ha tenido opción a defenderse,
mientras vosotros, los supervivientes
normalizábais los quehaceres, pues vivir es seguir,
dicen los profetas de la necedad, pues seguir es olvidar,
claman los corifeos del orden que urgen a preservarlo,
y él esperaba porque intuía,
desde su dimensión de ángel,
que la impotencia no puede quebrar de un golpe
a toda la especie, no puede acabar con la presencia
íntima que se revelaba día a día
en el gran corazón de los fuertes y de los esperanzados.
Él, allí, en otro espacio, donde ya no cabe la tribulación
ni el desamparo, propiedades éstas
de los maltrechos vivos,
pronunciaba vuestros nombres.
Tú le escuchabas, mientras en noches sucesivas
de décadas infinitas te hacías las preguntas: ¿cuántos
están cayendo mientras esperan su vuelta? ¿cuántos
están rayendo su cuerpo con el filo de la angustia?
¿cuántos se esfuerzan en olvidar para no ser pasto
de cualquiera de los infinitos rostros del mal
que se conjuran para destruir a los hombres?
¿cuántos piensan que no va con ellos
sin caer en la cuenta de que la barbarie va a por todos?
Al fin el diálogo ha dado su pequeño fruto.
Y en lo hondo la tierra se manifiesta como siempre:
sagrada y generosa para acoger a los muertos.
Él no renunció a sus propias voces. Y el hombre
se disfrazaba de otros hombres, y su hilo inconsistente
y tibio, pero no apagado del todo,
os enseñó nuevos lenguajes. También el detritus
conjuga sentimientos y aguza
inteligencias que ponen a prueba la bondad.
Aquella sintaxis de resistencia, tesón y búsqueda
removió la tierra falsa que cubría las conciencias
invencibles. No fue tu corazonada
sino su clamor
lo que abrió la ciénaga seca.