el hombre en la noche

el hombre en la noche

diarios oníricos


El hombre en la noche enciende una luz para sí mismo (Heráclito)



11 feb 2014

improntas




Los sueños son viajes, ya de por sí. A veces también sueñas que viajas. A veces despliegas mapas. Aquellas cartas extendidas sobre una mesa tenían ríos y carreteras y ferrocarriles. Y marcas extrañas y espacios indefinidos. Pero su planitud se convertía en relieve y entre la orografía que salpicaba todo y mezclaba desiertos con océanos y cordilleras con megalópolis aparecían manos. Improntas granates, como si estuvieran hechas con sangre seca de animales. Marcas que dibujaban los dedos abiertos buscando ser estrechados. Pero las manos se movían y se desplazaban sobre el planisferio aquel y lo sobrevolaban. Tú dijiste: son pesadas como moscas. Pero las manos eran poderosas, y sobre todo buscaban donde posarse. ¿Hay mayor fuerza que la que empuja a hallar un lugar de reposo? Cuanto más crecía el mapa más aumentaba el número de manos. Tú dijiste: son las de nuestros antepasados. Yo dije: son manos que están vivas pero que no nos alcanzan. De pronto di un manotazo sobre el relieve del mapa y temí achatarlo. Al levantar mi palma vi que estaba roja y que había partículas de tierra en ella y que en el mapa había quedado un agujero en forma de mano. Al verme asustado tú reaccionaste. No te preocupes, dijiste, lo cubro. Fue milagroso. Poner tu palma y devolver al paisaje su origen fue reflejo. Pero yo me sentía culpable de haber matado algo de mundo, y así te lo hice saber. Debiste ver en mi rostro alguna clase de espanto y procuraste mi calma. Trae tu mano. La enlazaste y contuviste mi sangre.