el hombre en la noche

el hombre en la noche

diarios oníricos


El hombre en la noche enciende una luz para sí mismo (Heráclito)



29 ene 2014

la mirada




También en el sueño se escapa la mirada. Lo hace incluso más deprisa y hacia objetos que normalmente uno no alcanza a fijar. Dispara lo inanimado y amplía horizontes inabarcables, aunque eso sí, de modo efímero. El soñador se dice: he visto. No todo ni mucho ni lo suficiente, pues en el sueño la medida no existe.Y después, una vez despierto, pasa el día estupefacto por visiones que no ha podido retener. Que no ha rescatado lo suficiente para alimentarse con ellas en esta parte. Recuerda a saltos y ve un rostro cuyos ojos avanzan hacia él. El soñador encuentra siempre belleza en toda clase de ojos. Tal hermosura no se encuentra tanto en una pigmentación, un brillo, un color de fondo o un tamaño proporcionado, como en la peculiar expresión. La expresión que ha soñado la otra noche le resulta familiar, ni siquiera requiere que ponga nombres. Aquella mirada avanzaba hacia él y a su vez se desprendía de él. ¿Había melancolía en aquellos ojos? ¿Anunciaban una tristeza pronta aunque estuvieran despiertos? ¿Se trataba de una mirada en marcha, de esas que no acaban de llegar, pero en la que uno se queda envuelto y le confunden? Aquellos ojos soñados ¿hablaban de quien los poseía o clamaban por quien los observaba? Tal es la propiedad omnipotente del sueño que atrae y repele, que quita y pone, que enciende y apaga. De pronto aquella cara que le miraba difuminó todas sus facciones. Al crecer los ojos que se aproximaban a él, el soñador temió por su sed. Cuando se levantó, advirtió en su propia imagen los ojos soñados.


26 ene 2014

perecimiento




Perecí en el mismo sueño, porque si no se toca la profundidad del desamparo no se entiende toda la vida. Perseguí, no como el depredador necesitado de presa para su recreo, ni como cazador de la elemental subsistencia, ni como rastreador de ansiedades, el territorio de posibilidades donde igual que se nos ofrecen generosas también se nos demandan exigentes, requiriendo las aptitudes más hábiles y las conductas más auténticas. Recorrí espacios deslumbrantes y oquedades umbrosas donde ni en unos veía con suficiente claridad ni en las otras permanecía totalmente ciego. Fui entonces alguien por añadidura, pues quien recorre, persigue y perece se encuentra y justifica para siempre el instante de su desaparición. Y en esa meta, la duda dejaba de estar. Los monstruos dialogaron y echaron a suertes si yo debería relevarlos en la sinrazón, pues había superado -me dijeron- todas las pruebas de mi propio don de monstruosidad. Hubo un silencio interminable como si nada hubiera ya. El cansancio tiene cura, pero hay que procurar reconocer su afección.



24 ene 2014

la hebra




Sujeto a una hebra, al borde de la noche. Dudando. Cuando el cansancio decide y el pensamiento genera monstruos antes de cerrar los ojos. Hoy voy a soñar que soy...que recorro...que persigo...que perezco...


22 ene 2014

la maraña




Hay sueños que no se reconocen meramente como sueños. Sueños en los que no parece haber frontera definida ni limitada (¿o se trata de aquello de Celso Emilio Ferreiro a fronteira infinida?) con otro territorio. Sueños que no se reconocen por imágenes figurativas -personas, calles, situaciones, voces- sino por una especie de ramaje intrincado que te atrapa y te anula. Desaparecido en la profundidad de la maraña, sabes que estás dentro pero a la vez tu ansia de libertad -¿también infinito?- dobla tu naturaleza y te ves desde fuera sobrevolando la misma maraña que te oculta. No es confusión, es la pugna entre dos seres -a veces pueden ser dos monstruos- cuyo pulso nunca es ganado por ninguna parte en lid. El sueño solo se mide por un crecimiento desmesurado y boscoso que se convierte en tus piernas, en tu tronco, en tus cabellos, en tus ojos, y que ves y no ves a su través, pues la maraña es hábitat donde sobrevives, guarida donde te proteges de las inclemencias de los hombres. La maraña se ha apoderado también de tus palabras, tampoco quiere saber de tus gemidos ni de tus risas, y solo permanecen allí dentro, disimulados por el rasgueo del viento, el eco de tus latidos. No, tu pensamiento no está a salvo tampoco. Tu pensamiento allí es carencia. Solo resistes, solo prolongas tu tiempo, solo intentas estar bien, solo desproveerte de cuanto te angustia al otro lado del límite. El sueño de la maraña es también un sueño reconductor. Si no despiertas antes de tiempo no percibes el espanto. Te acabas acostumbrando a la maraña, de la misma forma que aparentas sentirte cómodo en la que hay a este lado del sueño. Cuando te preguntas atónito: ¿seremos hijos de la maraña?



21 ene 2014

las lianas




De ordinario, cuando sueño con una caída mi cuerpo se precipita violentamente y abro los ojos con espanto. Esta noche no sucedió así. Caí de incierta posición y con tal intensidad que padecí no tanto por los seres que me acosaban como porque aquello fuera inacabable. El tiempo se imponía a las sensaciones. Las lianas de las horas urdían mi trampa y acaso mi secuestro. Eran húmedas, y sus ásperos perfiles raían mi cuerpo hasta despellejarlo. En un recodo del espacio por donde me precipitaba al misterio quedé prendido entre un bucle de floresta. Cuando comenzaba a desprenderme también de él una voz me sujetó. Llevo tratando de identificarla desde que he despertado. No pienso. Solo intento percibir a través de la misma lengua que hablaban las otras sensaciones.



20 ene 2014

percepciones






Un buen descanso nocturno predispone a un estado feliz durante el día, aunque éste se tuerza.Es como si desarrollase las horas del sueño, como si no quisiera modificar el bienestar que éstas han causado. Un mal descanso presagia una fatalidad en la jornada, si bien urge a tender cuanto antes a una actividad positiva siquiera para compensar el agotamiento. Llamada presurosa a la adrenalina del propio cuerpo. Si a la carencia de reposo se sumara la conflictividad del día, mejor sería parar y tratar de aislarse. Aislarse paralizando la actividad sería lo ideal. De no poder detener los compromisos y obligaciones acudir al cerebro con mucho tiento y arte. Tiene recursos nuestra mente para procurar evasión, reconducir la pesadez, compensar el desánimo o sortear los pensamientos oscuros. Sometido a la alternancia nocturna de sueño y desvelo, acuciado por escenarios oníricos ora de alucinaciones ora de entusiasmos, desgarrado por un despertar que puede oscilar entre la satisfacción o el lamento, el hombre debe dar los primeros pasos del día incluso distante de sí mismo. Si bien suele practicarse el distanciamiento inicial con otros habitantes de la casa, conviene tantearse y pulsar su estado con uno mismo. El tiempo que se necesite. El lugar que se elija: sentado al borde de la cama, mirándose al espejo, practicando ciertos ejercicios suaves de las extremidades, abrazándose el torso. La percepción física del hombre consigo mismo proporciona aproximación (si la noche le ha dividido en dos excesivamente), confianza (no hay otro modelo que sirva sino el mismo reencuentro íntimo), energía (la conciencia de habitar otro día la vida) y humor (disposición para dar los siguientes pasos que deben durar otra jornada completa) Por otro lado, poco hay que decir de quien haya tenido una noche de tranquilidad y alivio, pues se levanta como si siguiera en el sueño. Sólo advertirle que coteje bien el roce de su bienestar con el día incierto que se le avecina. La euforia del cuerpo es limitada y el contraste con la realidad de las exigencias donde entran en acción muchos otros hombres puede trocar el positivismo inicial en desconcierto, como poco.



18 ene 2014

el ovillo




La otra noche se hizo un ovillo y decidió no soñar nada. Como si pudiera elegir lo que está al otro lado pero no al alcance. Para lograr su proposición descabellada no encontró otra manera de impedir el arrebato de los sueños que la vigilia. Aquella guardia permanente le perturbó. No cesó de contonear su cuerpo entre las sábanas. Al resistirse a quedar dormido tensó cada palmo de su cuerpo. Sus músculos se resintieron, los huesos le pesaron, la cabeza no paró de agitarse con mareos, la tos convulsionó su pecho. Sus ojos ardieron y la mirada se disfrazó de seres indeseables. A medida que avanzó la noche cada ejercicio de respiración fue un suplicio. Honda fue la herida de las horas. Malsano el hilo de sus pensamientos. Desesperado el vacío que le paralizó. No se debe echar un pulso con la sombra. Habla otra lengua y clama con otra voz. No se puede evitar que se convierta en venganza si se la niega el cobijo de los sueños.



16 ene 2014

ven




Recibo un sms en el móvil. Me agito. Solo un modo verbal. Conciso, categórico, seco. Ven, dice. Pienso en el verbo al que pertenece, lo enuncio. Conjugo el imperativo mientras me siento sobre un sillar del cruce de caminos de la ciudad en ruinas. Es un modo muy breve y como receptor del mensaje lo percibo con efecto parálisis. Todo lo imperativo es siempre reductor, exigente, implacable. El mensaje termina ahí, en tres letras. No aparece el nombre del emisor por ninguna parte. No siendo mis dedos muy diestros con el teclado salgo y entro del sms, buscando sin acierto quién me ordena, quién me escribe, quién pretende. Logro abrir de nuevo el correo. Ya no hay tal ven. En su lugar aparece una palabra más larga pero con caracteres que no son latinos. El ven sigue rondando en mi memoria, pero ese cirílico antiguo me desarma. Sigo manipulando el teléfono. Un sonido prudente me avisa de que hay un sms nuevo. Ven pronto, dice, como si quien me escribe me estuviera viendo despistado desde alguna atalaya oculta. Tampoco aparece un nombre. En su lugar un número de muchas cifras que, a medida que lo hago avanzar, se prolongan como si se tratase de la transcripción infinita de π. No sé qué pensar y las letras del mensaje se van haciendo más grandes. Empiezan a acercarse algunas personas, tratan de saber qué pone en la pantalla del móvil. Podría preguntar qué se debe hacer en estos casos. Pero la gente que me rodea no habla mi idioma. Entro de nuevo en el apartado de sms recibidos y ahora la palabra que aparece es incompleta. Ve, dice. ¿Le falta una letra o es otro verbo? Si es un verbo diferente también cruje como imperativo, pero entonces hay otra voz detrás. Me turba que me zarandeen dos voces, aunque bien pudiera tratarse de un juego con única procedencia. Sigo pulsando dígitos y el móvil se calienta. Mis dedos sudan, el teléfono se humedece, mi mano se incrusta. ¿Qué decía el mensaje de antes que no doy con él?, me pregunto. Ah, sí: Voy. La ciudad está a mis pies, pero no postrada, sino sumergida. Yo decrezco.



14 ene 2014

la cama




Hay una cama espaciosa y alta. No hay sábanas ni edredón. Alguien duerme junto a mí. Esta persona se levanta de vez en cuando y se mueve por el cuarto. Luego sale y al volver no es el mismo individuo que estaba antes. Quien sea se acuesta también en el hueco vacío sin hacer ruido. Al cabo de un tiempo se levanta y va hacia el fondo. Se agacha, se acurruca en un rincón, susurra, permanece escondido en el ángulo oscuro. Vuelve pero no es la misma persona, es otra que llega con intención de echarse en la cama sin preguntar. Quien sea está desnuda, el cabello le cubre la espalda y se sienta inclinada al borde de la cama. Apoya sus manos en las rodillas y mueve la cabeza arriba y abajo. Yo me incorporo al escuchar el roce seco de unos chasquidos que no identifico. La mujer que está sentada en la cama juguetea con unas canicas y las hace golpear, las pasa entre los dedos. El ritmo se hace más rápido y me desagrada. Ella se acuesta y deja caer las canicas, que ya no son una ni dos ni tres, son muchas más, y están formadas de materiales diferentes. Cada canica suena con un sonido distinto en aquel goteo que no se detiene. La mujer primero no dice nada. Se queda mirando el cielo raso de la habitación. Yo me quedo contemplando el cielo raso del cuarto. Extiendo la mano hacia el techo. Extiende el brazo paralelo al mío. Habla: ¿conoces la voz del yin yang? Le digo que no. Con su mano en alto dibuja de nuevo un juego malabar con unas canicas más grandes que ha vuelto a sacar. Las canicas entrechocan entre sus dedos frágiles y producen un sonido metálico que se extiende. Su voz es también débil pero entera. No tiene demasiada fuerza pero no quiebra. ¿Nunca habías escuchado esta voz?, dice. Qué voz, cuál de las dos voces, digo. Ésta, dice. Percibo un calor próximo, me muevo hacia la voz, pero al darme media vuelta el calor, espeso, no tiene rostro. Estoy allí solo. En una cama amplia, fría. Se resiste a apagarse el eco.



11 ene 2014

al borde




Estoy al borde de una carretera de carriles anchos. Observo el tráfago como un espectáculo más de nuestro tiempo, sin mayor interés. Un niño que debía estar con el grupo de personas entre el que me encuentro se nos escapa. Va corriendo hacia la pista. Corro yo también para detenerle. Cuando le alcanzo la carretera permanece vacía de coches, como si hubieran desaparecido de repente. Nos quedamos plantados en medio de la calzada y en lo que miro en otra dirección el niño deja también de estar. Me sorprendo de encontrarme solo y con cierto apresuramiento me dirijo hacia un extremo. Cuando considero que ya he andado mucho doy la vuelta y me pongo a caminar hacia la otra parte. Entonces me doy cuenta de que aquel vial se ha ensanchado, comiéndose el campo. Es lo más parecido a una pista de aterrizaje. Miro el cielo y éste responde con su nocturnidad. Pero a mí me parece ver todo claramente. Al carecer de puntos de referencia voy dando tumbos tratando de hallar una señal que me haga saber dónde estoy. Tampoco hay ruidos, ni voces, ni sopla el viento. Como si las sensaciones se hubieran ausentado. Estoy perplejo pero no inquieto. Me siento en el suelo, cuya textura me resulta extraña. No es asfalto ni grava. Mi piel no se reconoce en la materia que me sustenta. Aquella no percepción es amable, no obstante. Y el vacío que me rodea carece de temperatura y de densidad. Solo me turba tener que aburrirme, por lo que me levanto y hago ejercicios como una manera de llenar mi pequeña porción de espacio. Y lo que intuyo como un marco persistente de soledad. Luego me tiendo a dormir. Me veo soñando. Sueño que estoy al borde de un lago hablando con otras personas. Y que de improviso me levanto y camino hacia la costa. Que luego me apresuro más. Que echo a correr. Que el rutilante verde pálido del agua me alcanza. Y que un niño ha salido desde el grupo de gente en mi búsqueda, invocando agitado y protector mi nombre.



10 ene 2014

el hombre en la noche



(Vilhelm Hammershoi)



En la apariencia de la noche, ausentes las palabras, dormidas las fuerzas, inmóvil la conciencia el susurro toma poco a poco la voluntad del hombre. Aparcadas las imágenes del día y sorteadas las propuestas que no se llevaron a cabo se despliegan como un aura las horas inciertas. El hombre que se dispone a soñar se acomoda de la manera más cariñosa que le pide su cuerpo. Trata de desasirse de lo que no resolvió durante el día, de la pesadumbre por no hallar salida, un día más, al propio cerco. Se enroca en una satisfacción más intuida que confirmada. Dormir para purificarse, hallar un reposo no solo del desgaste de las energías sino de las desesperanzas. No se siente convocado por las expectativas que el tránsito de la noche suponía para él en otros tiempos. Ciertos lastres ha echado por la borda. Mas algunos tesoros que aún anhela no acaban de ser descubiertos debido a su actitud dubitativa. Las euforias han ido quedándose por el camino, acaso a la espera de un deslumbramiento ocasional. Los rastros de la curiosidad se difuminan, tratando de distinguir cada vez con mayor esmero lo que merece la pena. No es momento éste de dilucidar ni de decidir. El precio del insomnio turbaría el viaje del misterio. Cada noche el hombre se enfrenta con el misterio, se deja engullir. De tal captura se despertará inquieto pero sonriente por haberse liberado de los espectros. O bien con un bienestar al que responderá con lástima por la inanidad de lo vivido. El diálogo con el otro lado del umbral conduce al hombre a un espacio donde no hay disfraces. Él desea multiplicar las posibilidades que no le brindan las horas claras. Se sabe secuestrado pero feliz, a medida que se va desprendiendo del hombre formal para revelarse como el que cree auténtico. No deja de ser éste sino apenas un personaje posibilista, inaprensible, al que conduce de la mano el susurro. El roce de las sábanas, los leves ronquidos de la respiración, el movimiento para adaptarse a la matriz donde la ausencia no es vacío. Y una simulada voz que se va diluyendo y que le dice: eres y no eres. La última luz hará guardia en su lugar. La noche es ya él mismo, y lo acepta.