De ordinario, cuando sueño con una caída mi cuerpo se precipita violentamente y abro los ojos con espanto. Esta noche no sucedió así. Caí de incierta posición y con tal intensidad que padecí no tanto por los seres que me acosaban como porque aquello fuera inacabable. El tiempo se imponía a las sensaciones. Las lianas de las horas urdían mi trampa y acaso mi secuestro. Eran húmedas, y sus ásperos perfiles raían mi cuerpo hasta despellejarlo. En un recodo del espacio por donde me precipitaba al misterio quedé prendido entre un bucle de floresta. Cuando comenzaba a desprenderme también de él una voz me sujetó. Llevo tratando de identificarla desde que he despertado. No pienso. Solo intento percibir a través de la misma lengua que hablaban las otras sensaciones.